Desde 1970 Eduardo Beaudoux (Fanta) trabaja como luthier, diseñando y produciendo instrumentos hechos a mano que usan los músicos más reconocidos de la Argentina y del exterior. En 2019 decidimos darle vida a la empresa Beaudoux SRL con el objetivo de contribuir al mercado de los instrumentos, creando una nueva guitarra electroacústica de alta calidad, con características únicas y hecha a mano. Guitarra que se adapta a múltiples estilos musicales y que compite con la alta gama de las grandes marcas internacionales.
Fundadores
(Transcripción de la nota realizada por Infobae el 19 de Julio de 2023)
Fanta y Pappo grabaron dos discos, Pappo' s Blues Volumen 5 (Triángulo) y Volumen 6
Lo llaman Fanta desde sus inicios en la música. ¿Vos creés que Pappo me iba a llamar Eduardo Beaudoux?, pregunta riéndose en la sala de exhibición de sus famosas guitarras acústicas de su fábrica de Villa Urquiza. Eduardo tenía el pelo larguísimo y de tinte anaranjado por lo que el Napolitano lo bautizó “Fanta”, como la gaseosa. “En esos tiempos, Spinetta y Pappo no llamaban a nadie por su nombre. Todos teníamos un apodo”, explica el músico y luthier que no dudó en elegir su apellido belga de difícil pronunciación para darle un nombre a sus guitarras.
Fanta es tan alto (1,97 m) que podría haberse dedicado perfectamente al baloncesto. Aunque estuvo a un paso de abrazar la vida rural, su primera pasión. “Teníamos una granja a 40 kilómetros, que era campo puro en la década del 50. Me gustaban los animales, entonces entré tarde a la música, a los 16, 17 años”, cuenta quien lleva más de 50 años como músico y luthier. Fanta tiene 72 años. Su infancia y adolescencia transcurrieron en el barrio de Belgrano. Su padre Alfredo fue un arquitecto muy prestigioso, quien creó el Código de Edificación Argentino. La vida golpeó a Eduardo de chico, porque perdió a su mamá cuando tenía apenas seis años. Y cuando tenía 9, a un hermano. Sin embargo, aprendió a vivir con lo que la vida le daba y le sacaba. Aceptó su destino.
Cuando estaba en el secundario, el Julio Argentino Roca, empezó a tener sus primeras bandas. En la escuela dice que era del montón, que no destacaba por sus notas. Pronto se sintió interesado por la música. Quería hacerlo todo. A los 19 años se levantaba a las 4 de la mañana para ir a trabajar, después iba a la facultad y más tarde, se cruzaba toda la ciudad para llegar a Olivos donde ensayaba con sus amigos. Dormía solo 4 horas y volvía a arrancar. Eso duró un tiempo, hasta que tuvo un accidente laboral lo marcó de por vida. Una máquina le destruyó la mano. “Me agarró un inyectora de plástico. Hacía unas tapitas de una marca de desodorantes muy conocida en barra de la época. La tengo acá todavía marcada la tapita”, dice mientras muestra la palma de la mano. Estuvo 8 meses internado en un hospital y tuvo cinco operaciones. Le quitaron parte de la mano para lograr que tuviera pinza y agarre. Muestra una parte que “fue reventada”, que estuvo llena de plástico por dentro.
“Lo que me pasó sirvió para dos cosas: para no trabajar más en relación de dependencia, hacer mis cosas y empezar a tocar por testarudo. Porque no puedo abrir la mano así en este sentido entonces toco como si estuviera agarrando un rifle. Incluso hice instrumentos corridos para que el mango esté un poquito más afuera para que yo pueda tocar esa manera y mi codo no me moleste”, explica mientras muestra sus movimientos con la guitarra. En el año 69 o 70, tras tomar esa decisión de no trabajar para nadie, se unió a Guido Meda, mentor de Luis Alberto Spinetta, junto con Roberto García, el baterista de Almendra, para hacer guitarras. “No quiero trabajar en otra cosa que no sea guitarras”, se dijo y lo cumplió. Se dispuso a aprender.
No recuerda el nombre de la persona que lo rehabilitó. A él le mostró cómo se las ingeniaba para sostener el tenedor, con una especie de garra, donde se lo había calzado y pudo comer. El especialista le propuso: “yo te doy masajes eléctricos. Hacé cosas, lo que se te ocurra con la mano”. A lo que Fanta cuenta lo que hizo con lo que quedó de su mano: grabó un par de discos con Pappo, varios discos con Botafogo. Hago música. Me manejo, no con las posibilidades y el virtuosismo, pero bueno tocar con estos muchachos es suficiente”, expresa con orgullo.
Cuando tenía la banda Tórax, nombre que les habilitó Luis Alberto Spinetta, que había tenido una banda con ese nombre entre Almendra y Pescado Rabioso, Fanta invertía lo que ganaba haciendo guitarras en equipos de música para su banda que tocó entre 1971 y 1974. Los créditos que se otorgaban con solo mostrar el DNI permitía que la gente adquiera sus guitarras. “Éramos unos niños que ganábamos mucha plata. Podía comprarme un coche por mes. Y me tuve que comprar un usado porque no había nuevos”. Se compró herramientas para hacer música, como uno de los primeros Marshall que llegaron al país, en manos del bajista Alfredo Toth de Los Gatos. Se compró una batería Ludwig, que nadie tenía. “Todos querían tocar con nosotros. Teníamos una Stratocaster del 64 con la que Luis Alberto Spinetta grabó gran parte de Pescado Rabioso y parte de Artaud”, precisa.
Cuando grabó con Pappo, ambos tenían solo 24 años. Dicen que eran como niños traviesos musicalmente, creativos con instrumentos que ni siquiera llegaban al país. Y era una época en que el círculo de músicos era pequeño, se prestaban instrumentos y discos también. Necesitaban esa fluidez del tomá y dame para crecer musicalmente.“Yo podía ganar dinero con lo que hacía, que era muy acertado. Nadie sabía cómo era una Stratocaster y yo hacía una. En la Argentina no existía un producto así”, recuerda y él la puso en manos de grandes músicos.
Bloques de lenga fueguina, la madera autóctona con la que se fabrican sus guitarras
— ¿Cómo aprendiste a hacer guitarras?
— Mostrándole una de mis primeras guitarras a Sergio Repiso Villarruel, uno de los luthiers más importantes de todos los tiempos que vivió acá en la Argentina, español. Me dijo que estaba todo mal. El hombre riguroso y de un carácter especial no quería perder tiempo pero se dio cuenta de que no iba a abandonar.
Repiso, fue su referente. Como también lo fue su padre, que además de arquitecto era profesor de Bellas Artes. El músico creció jugando en sus tableros. Para Fanta las guitarras son “una herramienta de uso”, tiene que ser linda, proporcionada, estética, ergonómica, amigable como el mejor de los trajes. Se considera minimalista, no le gustan las decoraciones. Su foco está en el sonido. También está atento a la evolución de las manos que tocaban esas guitarras, “del hombre fuerte con sombrero que montaba a caballo y manos poderosas al hombre de manos débiles, hoy la mayoría de los músicos”.
Dice que su guitarra se parece a todas, pero no es igual a ninguna. “Yo hice muchas innovaciones. Puse una madera de nuestro país, quizás el bosque más grande que nosotros poseemos, que ocupa toda la isla de Tierra al Fuego, de una madera, la lenga fueguina, que la Argentina la utiliza para hacer pallets o largueros de cama y que tarda entre 200 y 300 años para crecer. Nosotros alimentamos a los chanchos con oro. Tenemos una cantidad de cosas de alta calidad, pero no la sabemos trabajar. Ese es el problema”.
Fanta con Pedro Aznar
Historias con estrellas del rock nacional tiene infinitas. Su recuerdo de Ricardo Iorio cuando era chico e iba a presenciar sus ensayos con Pappo. “Le decíamos ‘Entrá y sentate ahí'. Y después se transformó en la Estatua de la Libertad, le hice un bajo a él. También a Ricardo Lew, nuestro Dios de la guitarra”.
Gracias a las guitarras eléctricas que hizo para Robert Fripp, integrante de la banda británica King Crimson, hoy Fanta tiene sus guitarras sonando en Japón y otras partes del mundo.
Cuando estaba en Tórax se acercaban músicos a verlo, aparecían en su casa o en el lugar donde trabajaban. “Como de costumbre, siempre rodeados de chicas. Que les servían mates fríos y se los tomaban igual. Las chicas son así”, recuerda. Cuando Norberto “Pappo” Napolitano fue a verlos, dice qué él no tenía un Marshall. Que abrir la puerta de ese estudio era impactante. En unos meses volvió a pasar por ahí. “A mediados del 74 vino un día y me dijo ‘Mañana tenemos dos shows’ Y me da discos. “Yo no sé sacar ninguna cosa de ningún disco”, le dijo Fanta, que tocaba el bajo. Entonces, empezaron a ensayar.
Fanta Beaudoux compara esas noches de blues con el circuito nocturno de algunos cumbieros. “Eran 25 minutos de show y salir corriendo para el próximo. El equipo lo tenías que llevar vos”. Recuerda que cuando fueron a Santa Fe, viajaron en un furgón desde Retiro con los equipos y que cuando subió se encontraron con León Giego, que estaba recién empezando.
Cuenta que el tiempo que grabó con Pappo fue breve. Fueron dos discos y se pelearon hasta volver a encontrarse seis años después. “No teníamos nada, pero en una jornada de 8 horas grabamos música para dos discos: Triángulo, que es el quinto de Pappo y Volumen seis, que salió después, todo mezclado por la compañía”, explica. Lo recuerda como un tipo hacia arriba que vivía haciendo chistes y él cuando trataba de ponerse con la música le decía que frenara con los chistes. “Entonces traía uno que se reía, y le decía o lo tirás vos por la ventana o lo tiro yo. Eran nuestras disidencias. Y además, porque teníamos 24 años. ‘Morite, salí de acá'”, podían decirse. Dice que Pappo vio que él tocaba como Jack Bruce, el bajista de Cream, y que lo que hicieron fue una evolución del blues al hard blues. Era más denso.
Con la llegada del gobierno militar, en el 76, los músicos se fueron del país porque ya no podían tocar. Pappo se fue a Inglaterra, el baterista a Barcelona, y Fanta también. Años después, en la granja de Garín, su padre, serio y estructurado, recibió a un joven “con unas lanas hasta acá” (pelo largo) con una campera de cuero con flecos, quien está seguro de que le causó la peor impresión del planeta. Era Pappo que quería volver a tocar con él. Corría el año 79. Su padre más tarde lo recordó, le había preguntado por ese muchacho porque esa noche en la granja se habían quedado conversando sobre Europa. Uno hablaba de los pinos, el otro sobre mujeres. “Era un conquistador absoluto”.
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